jueves, 16 de septiembre de 2010

Nunca fue fácil sobrevivir a base de sueños… y con el tiempo he ido echando de más lo que un día eché de menos. La vida se abre paso como una enredadera a través de nuestros recuerdos… ¿para qué hablar de lo que ya he olvidado? Podría recordar aquel banco del parque, testigo mudo de aquel primer beso, la forma de latir de mi corazón frente a ciertas cosas que hoy me provocarían la más sincera de las indiferencias. Podría recordar también mis ganas de comerme la vida al lado de seres que después desaparecieron para siempre, mis desencantos, mis proyectos de poeta, la manera que tenía de beber veneno de ciertos labios a los que amé y que hoy no sentiría el ansía de probar. Podría recordar la curiosidad que me despertaba TODO, la fe desmedida en el ser humano, la expectativa que sembraba en mi cualquier tipo de posibilidad que se cruzara en mi camino, y también como, a base de pura ilusión, logré desprenderme para siempre de la desconfianza. Podría hablar de todas esas veces que me quedé en la orilla de mi habitación y, con la caracola en la mano, cerré muy fuerte los ojos e imaginé el mar…Podría hablar de aquel día que me quedé bajo su ventana hasta altas horas de la madrugada, esperando una reconciliación que no llegó jamás. Podría recordar todas las veces que me he equivocado, todas las veces que me ha dolido la lengua de mordérmela tanto, todo aquello que nunca dije, lo que no confesé, mis más oscuros pensamientos y mis más incontrolables miedos.